viernes, 21 de agosto de 2015

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LA COBARDÍA, TERRIBLE PECADO







Estimados lectores: Nuestro blog de LA VERDADERA HISTORIA hace un lugar en la serie de textos que acostumbramos, para recibir desde el país hermano de Argentina este extraordinario artículo sobre la COBARDÍA.  Autora: doña Ma. Virginia Olivera de Gristelli.

En esta época de tantas claudicaciones es necesaria la valentía cristiana para no ser arrollados por la corriente de corrupción social que padecemos. LUIS OZDEN 

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 “La Iglesia ("la barquilla de Pedro “, que le dicen) ha tenido muchas tempestades y ha de tener todavía otra que está profetizada, en la cual las olas invadirán el bordo, y parecerá realmente que los pocos que están dentro “suenan”. Cristo parece haber conservado su costumbre juvenil de dormir en esos casos; y también su idiosincrasia de no amar la cobardía.”  (Leonardo Castellani)
El temor en medio de las tormentas no es privativo de los niños, sobre todo cuando la sacudida de la Barca amenaza arrojar a muchos por la borda. Pero el temor no es pecado. La cobardía sí.
Habitualmente, algunos pecadores se escudan en pretendidas virtudes para justificar cierta actitud pecaminosa (y por eso es tan recomendable pedir siempre al Señor que nos ayude a rectificar la intención y clarificar la conciencia).  Así también, el cobarde no siempre se reconoce como tal, sino que trata de convencerse de que en realidad es “prudente” cuando no avanza; “tolerante” cuando no resiste la agresión injusta –incluso perpetrada contra otros u Otro-; “humilde” cuando somete de buena gana sus principios; “pacífico” cuando establece componendas con el enemigo. ¿Mera cuestión de terminología?…No: cuestión de fe, y de amor a Cristo Crucificado.
Quisiera presentar, como en una cadena, el enlace de tres autores (el Doctor Angélico, y dos sacerdotes católicos) que nos vienen muy bien para detenernos a pensar en la raíz y consecuencias de este pecado tan poco meditado, y escasamente predicado.

* Santo Tomás trata este tema cuando se refiere a la pusilanimidad, que en nuestros tiempos de minimalismo teológico y moral –hijo dilecto del modernismo-, tal vez sea el vicio por antonomasia. Señala el Doctor Angélico:
“…Así como por la presunción uno sobrepasa la medida de su capacidad al pretender más de lo que puede, así también el pusilánime falla en esa medida de su capacidad al rehusar tender a lo que es proporcionado a sus posibilidades. Por tanto, la pusilanimidad es pecado, lo mismo que la presunción.     De ahí que el siervo que enterró el dinero de su señor y no negoció con él por temor, surgido de la pusilanimidad, es castigado por su señor, como leemos en Mt 25, 14 ss y Lc 19, 12 ss.

(…) La pusilanimidad puede incluso provenir en algún modo de la soberbia; por ejemplo, si el pusilánime se aferra excesivamente a su parecer, y por eso cree que no puede hacer cosas de las que es capaz.

De ahí que se diga en Pr 26, 16: El perezoso se cree prudente más que siete que sepan responder. En efecto, nada impide que para unas cosas uno se sienta abatido y muy orgulloso respecto de otras.
(…)La pusilanimidad puede considerarse de tres modos.
-En primer lugar, en sí misma. Y así es claro que, según su propia razón, se opone a la magnanimidad, de la cual se distingue como la grandeza y la parvedad respecto de lo mismo; en efecto, como el magnánimo, por la grandeza de alma, tiende a lo grande, así el pusilánime, por la pequeñez de ánimo, renuncia a ello.
-En segundo lugar puede considerarse la pusilanimidad en su causa, que, por parte del entendimiento, es la ignorancia de la propia condición, y por parte de la voluntad, el temor de fallar en cosas que se estiman falsamente que superan la propia capacidad.
-En tercer lugar, puede considerarse la pusilanimidad en su efecto, que es renunciar a cosas grandes de las que uno es capaz.
Ahora bien: como hemos dicho (q.127 a.2 ad 2), la oposición del vicio a la virtud se mide por la propia especie más que por su causa o efecto. Por tanto, la pusilanimidad se opone directamente a la magnanimidad.
(…)La pusilanimidad, según su propia especie, es pecado más grave que la presunción, ya que por ella el hombre se aparta del bien, lo cual es pésimo, según leemos en IV Ethic.
* El p. Castellani, con su gracejo habitual, habla directamente de cobardía, centrándose en otro pasaje evangélico, que viene también muy a propósito:
“(…) Cosa increíble: hay una tormenta tal en el Mar de Tiberíades que las olas invaden la cubierta de la barca de los Pescadores; y Jesucristo duerme.
¿Se hace el dormido, como dicen algunos, para `probar a sus discípulos"? No: duerme, con la cabeza apoyada en un banco.
Esa manera de probar a la gente con cosas fingidas es una chiquilinada inventada por un mal maestro de novicios: lo único que prueba de veras es la vida, la verdad, la realidad; no las ficciones.

Tampoco es verdad que Dios le haya prohibido a Eva el Fruto del Árbol del Malsaber para probarla; se lo prohibió porque simplemente ese fruto no le convenía ni a ella ni a nadie. Dios no hace pavadas, pero hay gente que tiene inclinación a atribuirle las pavadas propias (…)

Jesucristo es notable: duerme de día en medio de una tormenta; y de noche deja la cama y se sube a una colina, para orar hasta la madrugada. No lo despiertan el bramar del viento, el golpe del agua, los gritos de los marinos, y lo despierta un gemido en la noche o una mujer hemorroísa que le toca el vestido. (…) Sólo un niño o un animal pueden dormir en esas condiciones en que los tres Evangelistas dicen que Cristo realmente “dormía “; y también un hombre que esté tan cansado como un animal y tenga una naturaleza tan sana como la de un niño.  Muchos hombres de naturaleza privilegiada y robusta sabemos que podían dormir cuando ellos lo querían (…)

Bueno, el caso es que Cristo dormía, y los discípulos lo despertaron diciéndole algo que está diferentemente en los tres Evangelistas; pero en realidad le deben haber gritado no tres sino unas doce cosas diferentes por lo menos; que se resumen en ésta: «¡Sonamos!» ¿No te importa nada que nosotros «sonemos»? “que trae San Lucas como resumen de toda la gritería. Lo que dijo San Mateo, que estaba allí, fue esto: “Señor, ayúdanos, que perecemos". Cada uno dijo lo mejor que supo, y eso es todo.
Lo que les dijo Cristo -en esto concuerdan los tres relatores- fue “cobardes”. La Vulgata latina traduce “Modicae fidei “, o sea “hombres de poca fe “; pero Cristo, en griego o en arameo, les dijo “cobardes”.
Un hombre que grita cuando hace agua su lancha en una tempestad del Mar de Galilea, que son breves pero violentas; suponiendo incluso que haya gritado un poco de más, ¿es cobarde? Para mí, no es cobarde. Pero para Jesucristo es cobarde.
A Jesucristo no le gustan los cobardes.

La Iglesia ("la barquilla de Pedro “, que le dicen) ha tenido muchas tempestades y ha de tener todavía otra que está profetizada, en la cual las olas invadirán el bordo, y parecerá realmente que los pocos que están dentro “suenan”. Cristo parece haber conservado su costumbre juvenil de dormir en esos casos; y también su idiosincrasia de no amar la cobardía.

¿La cobardía es pecado? Sí; y en algunos casos muy grande. Los Apóstoles tenían una manera de predicar que yo no usaría otra si me dejaran predicar: la cual es hacer una lista de pecados grandes, recitarla y después decir: “Ninguno de éstos entrará en el Reino de los Cielos. Basta". Así San Pablo dice: “No os engañéis, hermanos; que ni los idólatras, ni los ladrones, ni los divorciados, ni los avaros, ni los perros [o sea, los maricones] ni… y así sigue un rato- entrarán en el Reino de los Cielos". Hoy en día habría que predicar así, sencillamente… es opinión nuestra.

Pues bien, San Juan en el Apokalypsis, que es una profecía acerca de los últimos tiempos, añade a la lista de pecados otros dos que no están en San Pablo: “los mentirosos y los cobardes". Lo cual parece indicar que en los últimos tiempos habrá un gran esfuerzo de mentira y de cobardía.  Dios nos pille confesados.
La cobardía en un cristiano es un pecado serio, porque es señal de poca fe en Cristo (’cobardes y hombres de poca fe"), que ha dado sus pruebas de que es un Hombre “a quien el mar y los vientos obedecen “-dice el Evangelio de hoy- con lo cual por lo tanto, el miedo no es cosa bonita; ni lícita siquiera. Julio César, en una ocasión parecida, no permitió a sus compañeros que se asustaran. “¿Qué teméis? Lleváis a César a su buena estrella “, les dijo. Mucho más Jesucristo, creador de las estrellas.
Lo que gobierna el mundo son las Ideas y las Mujeres, dijo uno. Las Ideas, lo dudo mucho. Las Mujeres, habría que hacer la prueba. ¿Qué sucedería si en la Argentina saliese una especie de Teresa de Jesús, que persuadiese a todas las mujeres de este propósito: “¡No me casaré con ningún hombre que sea un cobarde!” Yo creo que se vendrían abajo la tiranía de turno, y no subiría más ningún otro tirano.
En otros tiempos, los argentinos no eran ni adulones ni cobardes. Ahora parecería, según algunos que leen los diarios, que se están volviendo adulones y cobardes. Que Dios nos salve por lo menos de las mujeres. ”   (Cf."El Evangelio de.Iesucristo “)

* Y finalizo esta selección de autores con el p. Horacio Bojorge s.j., quien trata la cuestión de la Fortaleza Cristiana:
“La teología de la guerra santa se deja resumir en algunos artículos de fe y constituyen lo que podría llamarse el “Credo del guerrero”, o el “Manual de la guerra” (Deut. 20) La guerra santa es tan santa como un acto de culto en el templo. (…) La guerra era considerada santa porque la convocaba el Señor y enviaba a ella  por medio de sus sacerdotes y levitas. Ellos exhortaban, organizaban y enviaban las tropas al combate. En esas guerras era Dios quien lideraba las huestes de Israel, las salvaba de la mano de sus enemigos; y las llevaba a la victoria mediante su presencia y asistencia salvíficas. La teología de la guerra santa se expresa mediante lo que los exegetas han dado en llamar fórmulas.

Está en primer lugar el primer mandamiento del guerrero de Dios que es No temas. Desde el no temas María, siguiendo por los no temas de Jesús en el Evangelio, han de verse iluminados por este mandato de no temer, como opuesto al amor y la confianza.  Siguen los motivos y fundamentos para no temer, que se expresan en las fórmulas de vocación y envío al combate, así como en promesas de auxilio y de victoria.
(…) Hay fórmulas que expresan la promesa de victoria, o la promesa de asistencia (Yo estaré con vosotros, Dios está contigo, Dios está contigo, valiente guerrero). El mismo nombre de Yahvé, que se interpreta “yo soy el que soy”, pero también “el que está” (siempre contigo) puede considerarse un nombre que expresa la fórmula de asistencia. Y el mismo sentido tiene el nombre Emmanuel, Dios con nosotros,  profetizado por Isaías y referido a Jesús. Cuando Jesús despidiéndose de los suyos les promete “yo estaré con vosotros hasta el fin de los siglos”, emplea y hace propia la fórmula de asistencia, aplicándola a la misión y la lucha de la Iglesia en este mundo.  Pablo dirá: Si Dios está por nosotros: ¿Quién contra nosotros?

A la luz de la espiritualidad de la guerra santa se comprende lo que significó que los Israelitas le pidieran a Samuel un rey para que saliese delante de ellos a combatir sus guerras. El pedido es doblemente blasfemo y agraviante para el Señor de los ejércitos de Israel. Primero porque ya no admiten o por lo menos no aprecian más el liderazgo divino. Y segundo porque ya no consideran que las guerras de Israel sean las de Dios, sino las suyas propias. Se trata de un movimiento de desacralización y secularización de la vida nacional y política. Y la gravedad de esta apostasía, pero también la del neo secularismo sólo se mide bien a la luz de la teología de la guerra santa.
Como testamento de su última cena, Jesús anuncia tribulaciones, pero invita a la confianza en su victoria, que adelanta la de los que lo aman: “No temáis, yo he vencido al mundo” (Jn.16,33).  Y el apóstol Juan exhorta a su comunidad diciendo: “Os he escrito, jóvenes, porque sois fuertes y habéis vencido al maligno” (Jn 2,14)

Por último, en las siete cartas a las Iglesias, se promete premio a los vencedores:
“No temas lo que vas a sufrir… mantente fiel hasta la muerte y te daré la corona de la vida… el vencedor no sufrirá daño de la muerte segunda”(Ap. 2,10-11)Al vencedor, al que guarde mis obras hasta el fin, le daré poder sobre las naciones” (Ap. 2,26).

Muchos en nuestros días, claman “Maranathá", pero luego se sorprenden y escandalizan cuando llegan las horas amargas, de oscuridad y cruz para la Iglesia que habrá que atravesar para que se cumpla todo lo que decimos profesar. Continúa así el p. Bojorge:
“(…)El narrador del libro de Ruth establece todavía un contraste entre Booz y el pariente innominado, más cercano por sangre, pero que se desentiende de auxiliar por no perjudicar sus intereses. No se conserva su nombre en el relato, que se refiere a él como “fulano", “un tal", esquivando nombrarlo. La acedia de ese fulano, lo hace inhábil para entrar en el gozo de la piedad que auxilia. La acedia, en efecto, aún en sus formas atenuadas de tibieza, ingratitud o indiferencia, es ya una parálisis y debilidad del amor y denota por lo tanto una débil adhesión al Bien, un miedo al sacrificio por amor, que conduce de antemano a la derrota en la lucha entre el bien y el mal, a sacrificar el amor al otro, en este caso a Dios, por el amor propio.

La cobardía procede de la debilidad del amor o de la falta de amor, o de inconstancia en el amor al punto de que se la pueda considerar como un nombre del desamor y hasta de la traición.(…)  Haber preferido sus intereses, el temor, el miedo a perjudicar sus bienes, lo excluyen del linaje del Mesías. Le sucede algo parecido a Esaú con la venta de su progenitura. Y al joven rico del evangelio cuyas riquezas le impiden atarse a Jesús.

A veces la caridad resulta demasiado cara. Permanecer en la caridad enfrenta al amigo de Dios una y otra vez al examen del precio que está dispuesto a pagar por mantenerse en esa amistad. La dilección no es sólo una elección inicial. Es una elección que se renueva. Siempre hay que estar vendiéndolo todo por la perla preciosa, vendiéndolo todo para comprar el campo del tesoro escondido. La fortaleza que nace de la caridad es la que hace posible seguir sacrificando siempre, cada vez con mayor alegría a medida que crece la amistad y el amor, cada vez con mayor decisión y facilidad.

(…) En la historia de la Iglesia, San Cipriano discernía las causas profundas por la que algunos cristianos habían terminado negando a Cristo. No lo hicieron, discierne el santo obispo, por estar demasiado apegados a sus casas, sus bienes y sus intereses. Una cadena de oro los retuvo. En no dejarla se puso de manifiesto que estaban ya minusvalorando el tesoro de la amistad con Dios. No hay que admirarse, concluye Cipriano, que llegado el momento negaran al que habían ya menos-preciado en su corazón.

Se comprende así, que la cobardía, en su sentido amplio de miedo a sacrificar, como vicio opuesto al amor antes que a la misma fortaleza, sea considerada, por el autor del Apocalipsis, como un pecado tan horrendo, que encabeza la lista de pecados que precipitan para siempre en el lago ardiente, y en la muerte segunda:
 “Los cobardes, los incrédulos, los abominables, los asesinos, los impuros, los hechiceros, los idólatras, y todos los embusteros tendrán su parte en el lago que arde con fuego y azufre, que es la muerte segunda” (Apocalipsis 21,8).”

La caridad es fuerte:  Los cristianos, al decir de Jesús, son como corderos en medio de lobos. De ahí que la fortaleza cristiana se ponga de manifiesto principalmente en forma de paciencia, de aguante en el sufrimiento y vaya acompañada de la oración pidiendo ser defendidos del mal “Y líbranos del malo". El nombre griego de la paciencia es: hupomoné, literalmente “permanecer firme debajo". Permanecer, por amor, debajo de la cruz es la fortaleza propia de Jesús, el Cristo, el Hijo de Dios, y ha de ser también la de su discípulo. Dice San Agustín a este propósito: “El seguimiento de Cristo consiste en una amorosa y perfecta constancia en el sufrimiento, capaz de llegar hasta la muerte” (San Agustín, Com. In Ev. Johannis, Tratado 124,5.7; CCL 36, 685-687; Cfr. Oficio de Lecturas del sábado 6 del tiempo pascual).

Cada cultura y cada religión concebirá las virtudes cardinales, de acuerdo a lo que entiende por bien y por mal. (…) En la cultura católica, el bien es la comunión de amistad entre las personas. Primero la comunión de las Personas divinas entre sí y luego de la comunión entre Dios y los hombres, y de éstos entre sí.  


El mal al que ha de resistir con fortaleza el cristiano, es todo lo que impide al hombre incorporarse a, la comunión con ese Nosotros.
La Esposa que llama al Esposo a coro con el Espíritu Santo, al final del Apocalipsis, personifica esa fortaleza que da el amor. La fortaleza de la caridad esponsal se revela así como: “la actitud infatigable e insistente de oración incesante y necesaria “para poder mantenerse firme ante el Hijo del Hombre cuando venga” (Lc.21,36) con la fortaleza “que da el Espíritu Santo ante la tribulación apocalíptica".    Oración perseverante, de cada día. Que cree contra toda esperanza en la presencia de Jesús, Señor de la Iglesia y de la historia… hasta que venga… para decir la última palabra sobre la historia humana. Así es de fuerte el amor que cree, ama, espera.”
Ma. Virginia Olivera de Gristelli.
Editó: LUIS OZDEN